Una noche... ¿Cualquiera?

Poco a poco se van oyendo de diferentes fuentes, distintas versiones de esta historia, pero la versión que ahora relataré es verídica.

En una noche como las demás, yo conducía hacia mi casa por una carretera comarcal, eran alrededor de las dos de la madrugada y ya no podía más, los ojos se me cerraban, así que decidí poner algo de música para poder llegar a casa antes de dormirme. Al poco tiempo de poner la radio, recuerdo que entré en un banco de niebla, la cuál se fue volviendo tan espesa que cuando me di cuenta iba con la nariz casi tocando la luna delantera del coche. Seguí conduciendo como pude, y de pronto me vi obligado a pisar fuertemente el freno si no quería atropellar a un niño que jugueteaba corriendo de un lado a otro de la carretera. Paré el coche a un lado y me bajé. Me acerqué al niño y le pregunté su nombre y qué hacía allí, él me dijo que se llamaba Alfonso y que estaba esperando a su madre. Entonces salió corriendo y desapareció entre la niebla, yo me quedé perplejo.

Decidí marcharme y olvidarme del asunto. A la mañana siguiente, se me quedó la sangre helada al leer la siguiente noticia:

Trágico accidente en la N3514. Una mujer de 38 años murió al salirse su coche de la carretera y estamparse contra un árbol. Los servicios sanitarios no pudieron hacer nada por salvarla, pues tenía múltiples fracturas en el cráneo. El cadaver será enterrado junto al de su hijo Alfonso, que murió de cáncer hace poco más de un año.

Diario de Miguel

Otro caluroso día. Las gotas de sudor no paraban de resbalar por la frente de Miguel provocándole un suave cosquilleo. De nuevo oscuridad, sangre, gritos y dolor. Las sombras le acechaban y él lo sabía. De pronto se acercaron a él: le arrancaron las uñas, luego le machacaron los huesos de una mano mientras le cortaban la otra. Llegó el turno de los ojos: cuidadosamente se los sacaron con sus afilados dedos y tiraron hasta separarlos por completo de su cráneo. Lo abrieron en canal y empezaron a sacarle las vísceras lentamente. Miguel sentía cómo su cuerpo se vaciaba. Sólo quería morir lo antes posible.
- Mátame, ¡mátame!, ¡mátame!, ¡mátame!
Los gritos ahogados salían de su garganta impulsados por el último aliento que restaba en sus pulmones.
Lo siguiente fué su cabeza, ¿se la limpiaban antes de abrírsela? Notó que una de las sombras se ensañaba con su brazo. Le apretaba fuertemente a la vez que clavaba sus colmillos en él. Sus ojos vieron de nuevo el sol brillar a través de la ventana. Una dulce mujer le limpiaba la frente a la vez que el enfermero terminaba de administrarle la medicación. Llegaba a su fin otro caluroso día.