Estoy aquí

-Luis... ¿te pasa algo?
- ¿Qué?... no, es que he dormido poco hoy.
- Por cierto, ¿oiste algo anoche? llevo ya un tiempo escuchando un ruido extraño que parece que viene del techo.
- Serán las ratas.
- Claro je,je. Bueno Luis, te dejo que mañana madrugo, que te sea leve.

Luis se quedó sólo. De nuevo. Una noche más.

Él sabía que pronto tendría que acabar dejando el trabajo de vigilante, de lo contrario, acabaría volviéndose loco.
No pasaron ni cinco minutos desde que vio el coche de Angel abandonar el recinto cuando volvieron los temblores y el sudor frio de cada noche. De nuevo en su cabeza sonaba esa temible voz angelical que le susurraba dulcemente provocando que se le erizara de forma permanente el vello de todo su cuerpo.

- "Estoy aquí, estoy aquí".-

Luís no podía quitarse esas palabras de la mente.

De pronto, se dio cuenta de que poco a poco, la voz se desvanecía hasta quedar prácticamente en un suspiro que él podía notar fríamente en el oído.

El vigilante, que permanecía encojido sentado en el suelo de la estancia, se levantó como buenamente pudo creyendo que todo había acabado. Entonces, al girar la cabeza hacia su derecha,  pudo contemplar esa figura levitando en el oscuro pasillo.

Luis notó cómo le faltaban las fuerzas para tenerse en pie y, presa del pánico, su corazón estalló poniendo fin a un eterno sufrimiento.
La policía encontró escritas las palabras "abirra darim" junto al cadáver. Le dieron una nimia importancia, ya que dedujeron que Luís había muerto de un infarto.

Mientras tanto, durante un tiempo, Clara continuó insistiendo en su acto de informar al nuevo vigilante del turno de noche que ella se encontraba justo encima suyo; aunque en pocos días el olor le haría darse cuenta a éste de que ahí arriba había algo más que ratas.

Las apariencias engañan

La corbata le apretaba, pero la ocasión lo requería. En Nochevieja, si no vas elegante no te comes nada.

Ramiro lucía un bonito traje azul celeste, igual que su corbata que caía sobre una camisa de seda color crema.

Dudaba si hacía ocho o nueve meses que no estaba con ninguna chica. Desde que se llevó a su amiga Andrea a la cama el dia de su cumpleaños no había vuelto a estar con nadie. "Demasiado tiempo para un tio de diecinueve años. De hoy no pasa... Voy a ir a saco con Sandra".

Ya en la entrada de la discoteca, Ramiro coincidió con su colega Fran.

- ¡¡¡Heyyy!!! Rami anda que vienes bonito tú hoy je,je,je. ¿Qué te has puesto... el pijama de tu padre...?

- Anda calla. ¿Qué traes hoy?

- Hoy algo especial, la ocasión lo merece. He pillado estas a unos que conocía mi hermano. ¡Vas a flipar! Eso sí, valen el doble así que suelta la pasta...


Las ganas de coger un buen ciego le podían a Ramiro, que sin embargo, no descartaba el tema de Sandra.

Bien avanzada la noche, por fin apareció ésta. Llevaba un vestido ceñido que dejaba al descubierto buena parte de sus pechos.

- Sandra, ven.

Como de costumbre, Ramiro le pasó el tripi a su amiga, la cual no tardó en tenerlo en la boca. Visto y no visto.

Más tarde, y sin saber cómo, Ramiro estaba en el oscuro baño de la discoteca tirándose a la chica que estaba semidesnuda entre él y la pared. Se dio cuenta de que era Sandra.

"Sin duda estas sí que eran especiales como me dijo Fran. Esta es la mejor nochevieja... mmmm"

Siguió haciéndolo durante un buen rato concentrado en morder la oreja y oler el cuello de la chica que tenía aupada contra los azulejos. Cuando acabó, bajó a la chica para ponerla en el suelo.

"Pero ¿quién es esta tia tan grande?" Sin embargo era Sandra, aunque la recordaba bastante más baja. Al momento, notó una humedad excesiva en su camisa, corrió al espejo del baño mientras Sandra se quedaba inmóvil contra la pared sin articular palabra. Ramiro tanteó desesperado hasta que logró dar con el interruptor oxidado del lavavo y contempló horrorizado su camisa de seda color crema invadida por una enorme mancha roja.

- ¡Sandra!

Fue a por ella que seguía sin apartarse de la pared, la vio allí, con la cabeza mirando al suelo y sin parar de sangrar por el pecho. Trató de cogerla en brazos pero el perchero metálico del baño estaba incrustado en su esternón y apenas podía moverla de aquel sitio.

Ramiro fue acusado de violación y asesinato, aunque la peor condena era la que sufría en su interior.

Una noche... ¿Cualquiera?

Poco a poco se van oyendo de diferentes fuentes, distintas versiones de esta historia, pero la versión que ahora relataré es verídica.

En una noche como las demás, yo conducía hacia mi casa por una carretera comarcal, eran alrededor de las dos de la madrugada y ya no podía más, los ojos se me cerraban, así que decidí poner algo de música para poder llegar a casa antes de dormirme. Al poco tiempo de poner la radio, recuerdo que entré en un banco de niebla, la cuál se fue volviendo tan espesa que cuando me di cuenta iba con la nariz casi tocando la luna delantera del coche. Seguí conduciendo como pude, y de pronto me vi obligado a pisar fuertemente el freno si no quería atropellar a un niño que jugueteaba corriendo de un lado a otro de la carretera. Paré el coche a un lado y me bajé. Me acerqué al niño y le pregunté su nombre y qué hacía allí, él me dijo que se llamaba Alfonso y que estaba esperando a su madre. Entonces salió corriendo y desapareció entre la niebla, yo me quedé perplejo.

Decidí marcharme y olvidarme del asunto. A la mañana siguiente, se me quedó la sangre helada al leer la siguiente noticia:

Trágico accidente en la N3514. Una mujer de 38 años murió al salirse su coche de la carretera y estamparse contra un árbol. Los servicios sanitarios no pudieron hacer nada por salvarla, pues tenía múltiples fracturas en el cráneo. El cadaver será enterrado junto al de su hijo Alfonso, que murió de cáncer hace poco más de un año.

Diario de Miguel

Otro caluroso día. Las gotas de sudor no paraban de resbalar por la frente de Miguel provocándole un suave cosquilleo. De nuevo oscuridad, sangre, gritos y dolor. Las sombras le acechaban y él lo sabía. De pronto se acercaron a él: le arrancaron las uñas, luego le machacaron los huesos de una mano mientras le cortaban la otra. Llegó el turno de los ojos: cuidadosamente se los sacaron con sus afilados dedos y tiraron hasta separarlos por completo de su cráneo. Lo abrieron en canal y empezaron a sacarle las vísceras lentamente. Miguel sentía cómo su cuerpo se vaciaba. Sólo quería morir lo antes posible.
- Mátame, ¡mátame!, ¡mátame!, ¡mátame!
Los gritos ahogados salían de su garganta impulsados por el último aliento que restaba en sus pulmones.
Lo siguiente fué su cabeza, ¿se la limpiaban antes de abrírsela? Notó que una de las sombras se ensañaba con su brazo. Le apretaba fuertemente a la vez que clavaba sus colmillos en él. Sus ojos vieron de nuevo el sol brillar a través de la ventana. Una dulce mujer le limpiaba la frente a la vez que el enfermero terminaba de administrarle la medicación. Llegaba a su fin otro caluroso día.